Cristo se ofreció en la cruz como víctima expiatoria por los pecados de la Humanidad.
Numa Camilo Ayrinhac (1881-1951) plasmó esa entrega de Cristo en esta artística tela. Cristo para rescatarnos de las tinieblas del pecado entregó generosamente su vida muriendo crucificado como si fuera un malhechor, por aquello de que no hay mayor amor que el dar la vida por el que se ama.
La cruz era un símbolo de ignominia, de infamia, de afrenta pública, instrumento de ejecución de ladrones y malhechores. La misma Sagrada Escritura enseña que en la cruz se manifestó la sabiduría de Dios, porque convirtió ese signo de muerte y deshonor en auténtico estandarte de perdón, de vida y salvación.
Ayrinhac nació en Francia y allí estudió en la Escuela de Bellas Artes. En 1935 fijó definitivamente su residencia en Pigüe (R.A) y ahí realizó esta tela que llama poderosamente la atención a cuantos la contemplan atentamente.
De sangre los pies cubiertos,
llegadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los brazos abiertos
para todos sus hermanos.
Aceptando el amor de Cristo, estamos invitados a vivir verdaderamente como cristianos por medio de la oración, el fiel cumplimiento de los mandamientos de Dios y la ayuda eficaz a los pobres, enfermos, solidarios y abandonados.
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